La Azucarera de Aranda de Duero abrió sus puertas
en noviembre de 1943. 986 obreros dieron forma a una planta con naves de 96
metros de longitud, 51 de anchura y 19 de altura. Cuatro almacenes, diferentes
silos y una prominente chimenea de 60 metros de altura.
Todo orquestado y distribuido sobre una base de
17 hectáreas de terreno con una longitud de cuatro kilómetros y medio. Para su
construcción, vanguardista para la época, no se escatiman gastos. Se utilizaron
23.845 metros cúbicos de hormigón y ladrillo, 4.300 toneladas de cemento, 9.600
metros cuadrados de cubiertas y 52.000 de cal y yeso.
Su puesta en marcha supuso el arranque de la
industrialización en la zona, con la remolacha como cultivo social por
excelencia. La producción se incrementó en la cuenca del Duero hasta las 60
toneladas por hectárea en detrimento de cualquier otro cereal. En sus 52 años
de vida, la planta ribereña recibe más de ocho millones de toneladas de
remolacha y produce más de un billón de kilos de azúcar. Durante este tiempo la
azucarera creció hasta convertirse en un conglomerado autosuficiente, una
ciudad a pequeña escala que, entre otras instalaciones, daba cabida hasta a 12
viviendas.
El cese de la actividad de la Planta de Ebro
Agrícolas llegó en 1996. Es el año en el que la azucarera echa el candado
después de recibir durante esta campaña 220.528 toneladas y producir más de 29
millones de kilos de azúcar. A finales de la década de los noventa el mercado
del azúcar da los primeros pasos hacia su reestructuración, con procesos de
fusión en aras del incremento de los niveles de rentabilidad. La planta de
Aranda de Duero es una de las señaladas. En total se pierden cerca de 200
puestos de trabajo. Los que siguieron en activo tuvieron que emigrar a otras
azucareras como la de Peñafiel o Miranda de Ebro.